VIVIR PARA CONTARLO - CELESTINO SAGASETA, POLíTICO Y GREMIALISTA
Fiel a sus ideales
Con una extensa trayectoria gremial y en el escenario político neuquino, este hombre de 84 años recuerda su encuentro con Perón en 1973 en España y el posterior viaje en el mismo avión que trajo al ex presidente del exilio y no pudo aterrizar en Ezeiza.
Por Pablo Montanaro
Neuquén > Aunque siempre está bien predispuesto para iniciar una conversación, por estos días Celestino Sagaseta lo está más aún. Sus palabras vuelven una y otra vez a aquel viaje realizado hace 40 años a España para conocer a Juan Domingo Perón, y a ese regreso, el 20 de junio de 1973, integrando una comitiva de más de cien personas que acompañaron a quien meses después se convertiría en presidente de la Argentina por tercera vez hasta su muerte el 1 de julio de 1974.
A los 84 años, nació un 26 de febrero de 1929, Sagaseta recuerda que luego de hacer la primaria en la Escuela 2 comenzó a trabajar en el ferrocarril haciendo “de todo”. “Empecé barriendo, después preparaba las redes, cargaba vagones llenos de frutas destinadas a la exportación y hasta aprendí a telegrafiar. Después me metí en el sindicalismo”, enumera con orgullo.
Su relato vuelve a aquel junio de 1973 en Puerta de Hierro donde Perón recibió a más de 145 personas que iban a regresar con él a la Argentina. “Fue extraordinario”, se adelanta. “Estaba nervioso pero al mismo tiempo emocionado, imagínese lo que significaba para mí verlo a Perón de cerca en ese salón. Yo estaba al lado de un director de escuela de Villa Regina de apellido Fernández. Recuerdo que Perón le preguntó riéndose si le había enseñado a sus alumnos la marcha peronista. Después me tocó a mí, le estreché la mano y le dije: ‘Lo saluda un trabajador, general’, y cuando responde el saludo me dice: ‘De Neuquén y amigo de los Sapag’. No me gustó nada, pero él sabía en realidad quién era yo, algo había averiguado, estoy seguro de eso. Me preguntó a qué me dedicaba. Le respondí ‘ferroviario’, le conté que había empezado con la escoba. Entonces Perón me agarra de los brazos y dice: ‘Por fin un trabajador’, y me abraza. Fue muy emotivo”.
Celestino resalta que los españoles no querían que Perón se vaya, “incluso salían a las veredas para despedirlo, le tiraban flores desde los balcones, en las calles se habían formado colchones de flores”. “Pero Perón nos dijo en esa reunión que deseaba volver a la Argentina y morir en su patria, no como Juan Manuel de Rosas que se fue a morir a Inglaterra”.
En el interior del Boeing 387 de Aerolíneas Argentinas, que partió de España el 19 de junio de 1973 cerca de las 13 hora argentina, iba Juan Perón e Isabel Perón, Héctor Cámpora –por entonces presidente-, Ignacio Rucci, entre otros políticos; sindicalistas, actores, cineastas y deportistas. Celestino recuerda que estaban en el avión los corredores Oscar Alfredo Gálvez y Froilán González; el cineasta Leonardo Favio, la actriz Marilina Ross y el futbolista José Sanfilippo, entre otros que su memoria no logró retener. Cuenta que pudo conversar con el padre Carlos Mugica, “que era uno de los sacerdotes del movimiento de curas para el Tercer Mundo, un muchacho de fierro que tiempo después lo mataron los montoneros”.
“A Perón lo querían matar”, dice Celestino en el comedor de su modesta casa de la calle Linares cuarenta años después de aquella celebración frustrada en Ezeiza por los enfrentamientos internos dentro del peronismo para recibir a Perón después de 18 años de exilio. “Llegando al Río de la Plata, cuando ya estábamos en suelo argentino, aplaudimos todos, después nos explicaron que íbamos a aterrizar en El Palomar porque en Ezeiza se había armado un despelote bárbaro. Aterrizamos en El Palomar porque, si no, se armaba una guerra civil. Desde arriba podíamos ver en los árboles que había francotiradores que lo querían matar. Perón vino a la Argentina como ofrenda de paz y eso resultó una masacre. Perón sabía todo lo que estaba sucediendo en Ezeiza. El peronismo tuvo gente buena como gente mala, nada fue color de rosa”, explica.
Desde el avión que sobrevolaba la zona, Celestino pudo observar en proximidades al Puente 12, donde estaba instalado el palco en el que Perón iba a dirigir un discurso, a esas más de 2 millones de personas que durante horas aguardaron su llegada pero que en ese instante corrían o se tiraban al piso o se escondían detrás de los árboles, tratando de escapar de las balas que se cruzaban los integrantes de la derecha y la izquierda peronista.
Quien también fuera diputado provincial en 1974 invita a recorrer su cuarto, como excusa para observar que frente a su cama se erigen dos cuadros, de Eva y de Juan Perón. El periodista descubre que debajo del vidrio de la cómoda hay una foto de Cristina Fernández de Kirchner, y rápidamente Celestino explica que se la regaló su hijo el diputado provincial Luis “Pichi” Sagaseta. “Yo no le inculqué que fuera peronista, se lo enseñé, recuerdo que de chico ya me acompañaba cuando salíamos a pegar afiches”, señala con ternura.
También se lo puede ver con pantalones cortos y con un buzo en una fotografía del año 1952-1953 cuando atajaba en el equipo de los ferroviarios. “Jugué como ocho años hasta que me quebré la clavícula, era muy buen arquero y jugábamos en la cancha de Cipolletti, y venían equipos como Banfield, Platense”, evoca este hombre, hijo de un vasco español y de una mujer chilena que confiesa que en lo que le queda de vida pretende “vivir en paz”.
El telegrafista
Neuquén > Cuando habla de sus años como empleado del ferrocarril, Celestino Sagaseta se entusiasma al mencionar las tareas que desplegó desde su ingreso como peón general donde debía barrer, limpiar y lavar los baños, y practicar con encomiendas, boletería y carga. Pero lo que más le obsesionaba era el uso del telégrafo. “Me faltaba aprender eso, porque si no se sabía el telégrafo uno no podía progresar, se quedaba donde estaba”, explica. Así fue que en el correo había un joven de apellido Turner -a quien todavía Celestino se lo suele cruzar en el barrio-, que le enseñó a utilizar el telégrafo. “Fuimos unos cuantos a verlo a Turner para que nos enseñara a usarlo. Había que transmitir 21palabras y recibir 21 en un minuto. Una vez que aprendimos bien nos tomaron un examen y pasamos a trabajar a las oficinas. Yo me fui a trabajar a Mainqué”.
“Trabajé más de cuarenta años en los ferrocarriles y lo que más me gustaba hacer era atender bien al público. Fui testigo de toda la gente que llegaba a Neuquén proveniente de otras provincias que venían a radicarse acá”, afirma.
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